El color rojizo de su agua, al igual que la de los ríos de la zona, se debe al hierro de la materia orgánica que arrastra. Nuestros guías nos dijeron que era completamente potable.
El entorno del Campamento Canaima era una especie de jardín botánico tropical, con sus aves exóticas.
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En el Campamento Canaima |
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Clusia Nemorosa |
La tarde de la primera jornada de nuestra estancia la dedicamos a realizar un recorrido en lancha hacia la catarata del río Carrao, al pie de la cual se encuentra la laguna.
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Catarata del río Carrao |
La lancha se acercó hasta la misma base de la catarata, donde nos llegaba el agua pulverizada por la caída. En la travesía se fue formando una tormenta que amenazaba con descargar un aguacero.
Navegando en curiara al Salto Ángel
A la mañana siguiente comenzaba nuestra subida hasta el Salto Ángel, que consistía en una navegación en curiara, embarcación indígena hecha con el tronco de un árbol, ya modernizada con la instalación de un motor fuera borda.
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Curiara en la que subimos al Salto Ángel |
Para llegar a la base del Salto Ángel, teníamos una navegación río arriba de unas cinco horas, con un tramo inicial por tierra desde Campamento Canaima hasta salvar los Rápidos de Mayupa en el río Carrao que anteceden a la catarata. Esta parte del recorrido es por un paisaje de sabana.
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Mapa de la navegación por los ríos Carrao y Churún hasta la base del Salto Ángel |
Una vez montados en la curiara, empezamos a navegar por el río Carrao, en medio de una selva muy frondosa, con el sonido de las aves y la vista de los tepuyes a ambas orillas del río.
La primera parte de la navegación fue cómoda: el río Carrao en esta época bajaba con suficiente caudal y la curiara avanzaba a muy buen ritmo, sin obstáculos que esquivar. A la margen derecha río arriba teníamos la vista del Auyan Tepuy, la más grande de todas estas mesetas que, en la primera parte del recorrido, se denomina Valle de las Mil Columnas, desde donde caían altas cascadas que se perdían en la selva al pie del acantilado.
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El Valle de la Mil Columnas en el Auyan Tepuy |
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Cascadas en el Auyan Tepuy |
Pasada ya la mitad del trayecto se llega a Isla Orquídea, que no parecía más que un ensanchamiento del río. Su nombre se debe a la abundancia que en la isla, al parecer, hay de estas plantas, pero nosotros no vimos ninguna. Aquí hicimos una parada para comer en un campamento a orillas del río y después continuamos la marcha.
A partir de aquí, empezó la parte más dificultosa de la navegación: empezamos a llegar a los primeros rápidos y rabiones y el río ya no tenía suficiente calado para que la curiara pudiera navegar, especialmente yendo río arriba.
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Rápidos en el río Carrao |
Cuando, poco más adelante, dejamos el
río Carrao para virar hacia la derecha hacia su emisario el
río Churún (
Churun Meru en lengua de los
Pemones, los aborígenes de esta selva venezolana), las dificultades fueron a más y ya nos veíamos obligados a bajar de la curiara y hacer tramos a pie por la orilla hasta llegar a otra parte navegable.
En una de estas bajadas a tierra decidí no llevar mi mochila conmigo, para ir menos cargado. Error imperdonable: cuando retornamos a la curiara, ésta se había inundado y con ella mi flamante cámara automática, uno de los regalos de boda, que quedó inservible. Adiós fotos para lo que quedaba de viaje.
Pude retirar la película sin que se velara y de ella he podido ahora digitalizar los negativos que quedaron medianamente intactos. Haciendo un cierto trabajo de orfebrería he retirado manchas y arañazos para poner las fotografías que forman esta parte de la entrada, en muchas de las cuales aún se ven marcas y pérdida del color original que es irrecuperable.
Tocaba abstraerse de esta contrariedad, porque había que disfrutar de la aventura y, en cualquier caso, la fotografía en aquella época no era la de esta era digital que con un simple teléfono se pueden hacer cientos de fotos. Antes se tomaban unas pocas fotos en condiciones de luz óptimas y todo un viaje quedaba compilado en unas pocas decenas de instantáneas.
En fin, toda la subida del río Churún fue del mismo modo, a ratos navegando y a ratos a pie, hasta que llegamos al campamento donde íbamos a pasar las dos siguientes noches: un gran chamizo de madera cubierto de palmas con postes verticales en los que estaban amarrados los chinchorros donde dormiríamos. Un poco apartado había unas letrinas y para tomar un baño estaba el río.
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El río Churún junto al campamento Salto Ángel |
Desvelo el misterio de por qué tengo fotografías de esta parte de la excursión: el segundo día de estancia en Salto Ángel, por la tarde, una chica de un grupo de españoles que iba en la excursión terminó un carrete de fotos de una máquina pequeñita de las de apuntar y disparar. Como yo había salvado mis carretes, le dijimos si nos dejaba poner uno en su cámara, tomar rápidamente unas cuantas fotos y devolvérsela. Acepto amablemente y de aquí las pocas fotos que vienen hasta el final de esta entrada.
Instalados en el campamento, los guías prepararon una cena a base de pollos asados en una parrilla y mandioca. Los chinchorros no son especialmente cómodos para dormir, pero como la jornada había sido cansada, el campamento quedó rápido en silencio.
A la mañana siguiente, después del desayuno, hicimos la caminata de unas dos horas a ritmo tranquilo hasta el pie de la cascada, de la que teníamos una bonita vista desde el campamento.
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El Salto Ángel visto desde el campamento |
El sendero es una subida suave dentro de la selva tropical y termina en un tramo más abrupto que lleva una poza en la roca arenisca donde cae el agua de la cascada. La caída desde casi un kilómetro de altura hace que el agua caiga como una lluvia finísima, casi como una niebla espesa.
Los guías nos dijeron que podíamos tomar un baño en la poza. Algunos lo hicimos pero el agua estaba realmente fría. Después de un buen rato allí, empezamos el camino de vuelta.
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El Auyan Tepuy desde el campamento Salto Ángel |
Llegados al campamento, después de comer, nos propusieron navegar un rato en la curiara hasta una poza profunda donde se podía nadar y saltar desde un pequeño acantilado. Nos apuntamos unos pocos y allí echamos el resto del tiempo hasta el atardecer.
Esa noche, después de la cena, estuvimos un largo rato oyendo las anécdotas que nos contó uno de los guías que era colombiano. Recuerdo la del accidente de una de las avionetas de visitas turísticas en uno de los tepuyes y, sobre todo, la de una niña americana que, por la imprudencia de un guía que la balanceó desde lo alto de una cascada, terminó cayendo. El guía se lanzó tras ella, pero no consiguió rescatarla. El guía sobrevivió pero el cuerpo de la niña jamás apareció...
A la mañana siguiente hicimos todo el viaje de retorno río abajo. Aquella noche dormimos de nuevo en Campamento Canaima y, a la mañana siguiente volvimos al Maqueitía Simón Bolívar de donde no nos movimos porque ese día teníamos el vuelo para Cuba.
Nuestro billete-manuscrito, sorprendentemente, no tuvo el menor problema, pero de lo que no nos libramos fue de tener que pagar por unos visados sin los que no nos podían dejar embarcar y de los que, providencialmente, tenía dos los empleado de la aerolínea y que podía vendérnoslos como un favor.
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