jueves, 29 de agosto de 2024

Parque Nacional de Canaima - Venezuela


1.992 fue un año de acontecimientos en España: La Expo de Sevilla, Las Olimpiadas de Barcelona y también lo fue en lo personal, porque fue el año de mi boda.

De Cuba a Venezuela con un billete muy especial

 Elegimos Cuba como viaje de novios y de uno de mis hermanos recibí el que con el paso del tiempo considero uno de los mejores regalos que me han hecho: una escapada a Venezuela para ver el Parque Nacional de Canaima.

Partimos de España a Cuba sin tener los vuelos a Venezuela contratados y no nos resultó nada fácil poder organizar el viaje una vez allí. Los operadores turísticos cubanos sólo podían organizar el viaje con la aerolínea estatal y sus fechas no cuadraban con las reservas en el parque.    

Al final, tras perder no poco tiempo, organizamos por nuestra cuenta para volar con la aerolínea venezolana. Tal era la precariedad en el aeropuerto de La Habana, que los empleados de la compañía aérea sólo nos pudieron dar un papel escrito a mano que decía que tenía validez por dos pasajes ida y vuelta La Habana - Caracas

Tal como funcionaban ya por entonces las cosas en Venezuela nos pareció milagroso después que no tuviéramos que comprar unos nuevos billetes para la vuelta. 

 

El Parque Nacional de Canaima

 
Con el manuscrito, nos pudimos montar sin mayor problema en el vuelo que hacia la ruta con escala en Santo Domingo. A la llegada al aeropuerto Maiquetía Simón Bolívar, nos pusimos en una larguísima cola para el control de pasaportes. Mientras esperábamos pacientemente, veíamos como, de tanto en tanto, personal del aeropuerto se acercaba a alguna persona en la cola, recogía su pasaporte y al poco volvía con sus trámites finalizados y dejaba la fila en dirección a la salida.

En el trayecto en coche desde el aeropuerto a Caracas, fuimos en caravana, pues la gente volvía a esa hora de la playa. Llevamos delante un todoterreno con una rueda pinchada, que fue perdiendo el neumático hasta quedar en la yanta. Al parecer, era mejor perder la rueda que el coche entero o algo más.
  
Después de una noche en Caracas, a la mañana siguiente hicimos el vuelo hasta el Parque Canaima, que está a unos 700 kilómetros al Sureste de la capital.


El Parque Nacional de Canaima, que es Patrimonio de la Humanidad, se encuentra enclavado en la selva tropical de la cuenca del río Orinoco, de la que sobresalen unas altas mesetas de roca arenisca llamadas Tepuyes,  desde cuyos acantilados caen cascadas y saltos de agua, el más famoso de los cuales es el Salto Ángel.

Kusari Tepuy o Cerro Venado, tras la catarata del río Carrao 

Cerca del pequeño aeropuerto estaba el Campamento Canaima, complejo a la orilla de la laguna de  Canaima. donde había alojamientos, restaurante y se podían contratar diversas actividades en el parque.

No alojamos en una cabañas simples, pero que tenían baño privado. Había la opción más económica de dormir en chinchorros (hamacas) con baño compartido.

Nuestra cabaña en Campamento Canaima

La laguna de Canaima es una llanura de inundación del río Carrao, que en época de lluvias llega a cubrir parte de la selva tropical. En el mes de agosto del 92, sus nivel llegaba hasta el mismo campamento. 

Laguna de Canaima


El color rojizo de su agua, al igual que la de los ríos de la zona, se debe al hierro de la materia orgánica que arrastra. Nuestros guías nos dijeron que era completamente potable.  

El entorno del Campamento Canaima era una especie de jardín botánico tropical, con sus aves exóticas.



En el Campamento Canaima

Clusia Nemorosa


La tarde de la primera jornada de nuestra estancia la dedicamos a realizar un recorrido en lancha hacia la catarata del río Carrao, al pie de la cual se encuentra la laguna.


Catarata del río Carrao

La lancha se acercó hasta la misma base de la catarata, donde nos llegaba el agua pulverizada por la caída. En la travesía se fue formando una tormenta que amenazaba con descargar un aguacero.

 




Navegando en curiara al Salto Ángel



A la mañana siguiente comenzaba nuestra subida hasta el Salto Ángel, que consistía en una navegación en curiara, embarcación indígena hecha con el tronco de un árbol, ya modernizada con la instalación de un motor fuera borda.

Curiara en la que subimos al Salto Ángel

Para llegar a la base del Salto Ángel, teníamos una navegación río arriba de unas cinco horas, con un tramo inicial por tierra desde Campamento Canaima hasta salvar los Rápidos de Mayupa en el río Carrao que anteceden a la catarata. Esta parte del recorrido es por un paisaje de sabana.  
  
Mapa de la navegación por los ríos Carrao y Churún hasta la base del Salto Ángel 

Una vez montados en la curiara, empezamos a navegar por el río Carrao, en medio de una selva muy frondosa, con el sonido de las aves y la vista de los tepuyes a ambas orillas del río.




La primera parte de la navegación fue cómoda: el río Carrao en esta época bajaba con suficiente caudal y la curiara avanzaba a muy buen ritmo, sin obstáculos que esquivar. A la margen derecha río arriba teníamos la vista del Auyan Tepuy, la más grande de todas estas mesetas que, en la primera parte del recorrido, se denomina Valle de las Mil Columnas, desde donde caían  altas cascadas que se perdían en la selva al pie del acantilado.  


El Valle de la Mil Columnas en el Auyan Tepuy 

Cascadas en el Auyan Tepuy


Pasada ya la mitad del trayecto se llega a Isla Orquídea, que no parecía más que un ensanchamiento del río. Su nombre se debe a la abundancia que en la isla, al parecer, hay de estas plantas, pero nosotros no vimos ninguna. Aquí hicimos una parada para comer en un campamento a orillas del río y después continuamos la marcha.

A partir de aquí, empezó la parte más dificultosa de la navegación: empezamos a llegar a los primeros rápidos y rabiones y el río ya no tenía suficiente calado para que la curiara pudiera navegar, especialmente yendo río arriba.

Rápidos en el río Carrao

Cuando, poco más adelante, dejamos el río Carrao para virar hacia la derecha hacia su emisario el río Churún (Churun Meru en lengua de los Pemones, los aborígenes de esta selva venezolana), las dificultades fueron a más y ya nos veíamos obligados a bajar de la curiara y hacer tramos a pie por la orilla hasta llegar a otra parte navegable.

En una de estas bajadas a tierra decidí no llevar mi mochila conmigo, para ir menos cargado. Error imperdonable: cuando retornamos a la curiara, ésta se había inundado y con ella mi flamante cámara automática, uno de los regalos de boda, que quedó inservible. Adiós fotos para lo que quedaba de viaje.

Pude retirar la película sin que se velara y de ella he podido ahora digitalizar los negativos que quedaron medianamente intactos. Haciendo un cierto trabajo de orfebrería he retirado manchas y arañazos para poner las fotografías que forman esta parte de la entrada, en muchas de las cuales aún se ven marcas y pérdida del color original que es irrecuperable.

Tocaba abstraerse de esta contrariedad, porque había que disfrutar de la aventura y, en cualquier caso, la fotografía en aquella época no era la de esta era digital que con un simple teléfono se pueden hacer cientos de fotos. Antes se tomaban unas pocas fotos en condiciones de luz óptimas y todo un viaje quedaba compilado en unas pocas decenas de instantáneas.

En fin, toda la subida del río Churún fue del mismo modo, a ratos navegando y a ratos a pie, hasta que llegamos al campamento donde íbamos a pasar las dos siguientes noches: un gran chamizo de madera cubierto de palmas con postes verticales en los que estaban amarrados los chinchorros donde dormiríamos. Un poco apartado había unas letrinas y para tomar un baño estaba el río. 
 
El río Churún junto al campamento Salto Ángel

Desvelo el misterio de por qué tengo fotografías de esta parte de la excursión: el segundo día de estancia en Salto Ángel, por la tarde, una chica de un grupo de españoles que iba en la excursión terminó un carrete de fotos de una máquina pequeñita de las de apuntar y disparar. Como yo había salvado mis carretes, le dijimos si nos dejaba poner uno en su cámara, tomar rápidamente unas cuantas fotos y devolvérsela. Acepto amablemente y de aquí las pocas fotos que vienen hasta el final de esta entrada.

Instalados en el campamento, los guías prepararon una cena a base de pollos asados en una parrilla y mandioca. Los chinchorros no son especialmente cómodos para dormir, pero como la jornada había sido cansada, el campamento quedó rápido en silencio.

A la mañana siguiente, después del desayuno, hicimos la caminata de unas dos horas a ritmo tranquilo hasta el pie de la cascada, de la que teníamos una bonita vista desde el campamento. 

El Salto Ángel visto desde el campamento

 El sendero es una subida suave dentro de la selva tropical y termina en un tramo más abrupto que lleva una poza en la roca arenisca donde cae el agua de la cascada. La caída desde casi un kilómetro de altura hace que el agua caiga como una lluvia finísima, casi como una niebla espesa.


   Los guías nos dijeron que podíamos tomar un baño en la poza. Algunos lo hicimos pero el agua estaba realmente fría. Después de un buen rato allí, empezamos el camino de vuelta.

El Auyan Tepuy desde el campamento Salto Ángel

Llegados al campamento, después de comer, nos propusieron navegar un rato en la curiara hasta una poza profunda donde se podía nadar y saltar desde un pequeño acantilado. Nos apuntamos unos pocos y allí echamos el resto del tiempo hasta el atardecer.


 Esa noche, después de la cena, estuvimos un largo rato oyendo las anécdotas que nos contó uno de los guías que era colombiano. Recuerdo la del accidente de una de las avionetas de visitas turísticas en uno de los tepuyes y, sobre todo, la de una niña americana que, por la imprudencia de un guía que la balanceó desde lo alto de una cascada, terminó cayendo. El guía se lanzó tras ella, pero no consiguió rescatarla. El guía sobrevivió pero el cuerpo de la niña jamás apareció...

A la mañana siguiente hicimos todo el viaje de retorno río abajo. Aquella noche dormimos de nuevo en Campamento Canaima y, a la mañana siguiente volvimos al Maqueitía Simón Bolívar de donde no nos movimos porque ese día teníamos el vuelo para Cuba

Nuestro billete-manuscrito, sorprendentemente, no tuvo el menor problema, pero de lo que no nos libramos fue de tener que pagar por unos visados sin los que no nos podían dejar embarcar y de los que, providencialmente, tenía dos los empleado de la aerolínea y que podía vendérnoslos como un favor.     
 


 



  
 

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